Retrato de un Hombre Original (Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar, Virrey de Nápoles y Duque de Osuna)
Isabel Mª González Muñoz
A la Dra. Elena Di Pinto,
amiga napolitana,
maestra en las lides teatrales.
1.- INTRODUCCIÓN
Cuando me llegó la convocatoria de las XI Jornadas de Historia y Patrimonio sobre la provincia de Sevilla, cuyo tema era “La nobleza de Sevilla en el Antiguo Régimen. Siglos XIII-XVIII”, decidí desempolvar una comedia, que encontré en el Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, titulada El gran virrey de Nápoles o Duque de Osuna 1, El gran virrey de Nápoles o Duque de Osuna, Barcelona, en la imprenta de Francisco Ifern y Oriol, [s.f.]]. Esta obra, tenía por objeto presentarnos un acontecimiento en la vida de un personaje histórico que merecía ser divulgado: la impronta de D. Pedro Téllez como gobernante. La acción se sitúa en Nápoles, un día impreciso del mes de junio de 1616, dos jornadas después de haberse establecido como virrey. El duque ha de solventar su primer litigio ante la expectación de un pueblo que demandaba justicia 2.
Si acudimos al Diccionario de Autoridades, encontramos la acepción que da título a esta ponencia. De tal forma que hemos de entender la expresión: Hombre original, como aquel ‘que sorprende por su carácter poco habitual’ 3. No obstante, he de confesar que yo no he sido ‘original’, en este caso, sino que he transcrito la definición que se da de D. Pedro en la comedia. Nada más comenzar la misma, el Chambelán dice: “Él es un hombre original: sus ideas, acciones, sus palabras; en fin todo es en él extraño y fuera de regla común. ¿Qué juicio podemos formar de tan raro sujeto?” 4. Esta pregunta es la que intentaré responder en el trascurso de este estudio.
2.- APROXIMACIÓN HISTÓRICA AL PERSONAJE 5
Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar, fue un noble (grande de España), militar y hombre de estado que nació, en Osuna (Sevilla), el 17 de diciembre de 1574 y murió, en Barajas (Madrid), el 25 de septiembre de 1624. Sus padres fueron don Juan Téllez-Girón de Guzmán, II duque de Osuna, y doña Ana María de Velasco y Tovar, hija de Íñigo Fernández de Velasco, IV duque de Frías y Condestable de Castilla, señora de grandes dotes. Ostentó, entre otros, los títulos de III duque de Osuna, II marqués de Peñafiel y VII conde de Ureña. Sirvió a Felipe III en los empleos de virrey y capitán general de los reinos de Sicilia (1610-1616) y de Nápoles (1616-1620), reorganizando su marina y combatiendo, con éxito, a turcos y venecianos. Se le atribuye la organización de la Conjuración de Venecia, uno de los episodios más oscuros del siglo XVII 6. Fue bautizado con el sobrenombre de ‘El Gran Duque de Osuna’, ‘Osuna el Grande’ o ‘Pedro el Grande’, porque no quiso vivir nunca de sus rentas sino de su trabajo como marino militar, llegando, incluso a modernizar la Armada española 7. Luchó en Flandes y en todo el Mediterráneo contra turcos y berberiscos 8. En un momento de gran corrupción en la corte, fue denunciado como conspirador y encarcelado por mandato del Conde Duque de Olivares. Encontró la muerte en el penal pero ya sabía que su honor se restituiría en el juicio que se celebraría porque iban a demostrar su inocencia 9.
El tiempo que permaneció en este mundo fue muy breve, vivió unos cincuenta años. No obstante, su personalidad arrolladora, ha pasado a tener la tercera dimensión que profetizaba Jorge Manrique, en su obra Coplas a la muerte de mi padre, la vida de la fama 10. Desde su muerte, acaecida en el siglo XVII hasta nuestros días, siglo XXI, su figura no ha dejado de interesar en los más diversos ámbitos de la cultura. Es curioso comprobar cómo sus propios contemporáneos se hicieron eco de esa vida apasionante. Por ejemplo, Francisco de Quevedo, su más fiel amigo, consejero y secretario, le dedicó varios sonetos en los que refleja su poderosa personalidad, haciéndose eco de sus características como: militar, gobernador y caballero. Decía como militar: “De la Asia fue terror, de Europa espanto, /y de la África rayo fulminante;/los golfos y los puertos de Levante/con sangre calentó, creció con llanto.//Su nombre solo fue/victoria en cuanto/reina la luna en el mayor turbante;/pacificó motines en Brabante:/que su grandeza sola pudo tanto/” 11. Como gobernador: “Sacó del remo más de dos mil fieles,/y turcos puso al remo mil personas;/y tú, bella Partenopea, aprisionas/la frente que agotaba los laureles/” 12. Como caballero: “Faltar pudo su patria al grande Osuna,/pero no a su defensa sus hazañas” 13.
Las primeras biografías de este personaje histórico fueron prácticamente coetáneas y se deben, respectivamente, a Doménico Antonio Parrino, intitulada Teatro eroico e politico dei governi de’ vicerè del Regno di Napoli 14, publicada en Nápoles, 1692 y a Gregorio Leti, que publicó, en 1699, el libro Vita di Don Pietro Giron, duca d’Ossuna vicere di Napolí 15; la última es muy reciente, data del 2005, y fue escrita por Luis Mª Linde; lleva por título Don Pedro Girón, Duque de Osuna, la hegemonía española en Europa a comienzos del siglo XVII 16.
Sin embargo, hay un dato que denota, claramente, la notoriedad de este personaje, es el hecho de que fuera protagonista absoluto de una comedia histórica 17 que contó, según los estudios realizados por Carlos Cervero 18, Alfonso Saura 19 y Germán Vega 20 con varias ediciones 21, y que fue puesta en escena 22 en diversas ciudades españolas, durante dilatados años, a lo largo del siglo XIX. De ello se hace eco, entre otros, el Diario de Madrid, en su edición del lunes, 17 de noviembre de 1823:
Teatro. En el de la Cruz, a las 6 ½ de la noche, El Gran Virrey de Nápoles, duque de Osuna. A continuación el divertimento de baile que compuso el señor Cozzer para la función que se ejecutó al obsequio de Sermo. Sr. Duque de Angulema; y se dará fin al espectáculo con el sainete titulado La venganza del Zardillo. Actores de la comedia: Sras. Rodríguez y R. León; Sres. A. López, R. Pérez, Cubas, R. López, Fernández, J. Guzmán, G. Pérez, Arriaga, Gutiérrez, M. García, M. García, M. Casanova, Bernabal y Guerrero. Id. en el baile: Sras. Fabiani y Vivas; Sres. Cozzer y Fabiani. Sainete: Sras. Vivas, Paz, León, Velasco y Castro; Sres. Cubas, R. López, Fernández, G. Pérez y M. García 23.
Contó con el éxito del público porque, desde que se estrenó en el teatro de la Cruz en 1805, fue repuesta, de forma intermitente, hasta 1865. Consultadas las carteleras de Madrid y de Barcelona constatamos que las compañías teatrales recurrieron a ella en una treintena de ocasiones. Esto sucedía porque el personaje protagonista gozaba de popularidad y defendía los valores de una monarquía española, antiliberal, contra los valores del invasor francés 24. Los espectadores se sentían identificados con el héroe que enarbolaba la bandera de la justicia soberana.
3.- LA COMEDIA
El Gran virrey de Nápoles o Duque de Osuna, es una obra, de la cual no se conoce ni su autor 25 ni la fecha en la que se escribió. Está compuesta por cinco actos en prosa, siguiendo los parámetros del teatro romántico. Se puede clasificar dentro del subgénero de ‘comedia histórica’, porque en ella se ensalza a un personaje de los siglos áureos.
Para construirla el autor se hace eco de:
1.- Datos biográficos propiamente dichos puesto que el protagonista responde a una persona real, innegable, que ostenta los cargos que ya se han enumerado al tratar la vida de D. Pedro, situando la acción a los pocos días de su llegada a Nápoles como virrey.
2.- Datos intrahistóricos: aquellos que aluden a los comentarios que el pueblo, generación tras generación, ha ido trasmitiendo y que se refieren al carácter del hombre de estado al que el pueblo le llamó “grande”.
A continuación la analizo atendiendo a su argumento, a los personajes, y al papel del virrey propiamente dicho.
ARGUMENTO
El duque de Osuna, recién llegado a Nápoles como virrey, se enfrenta a un primer juicio, en el que debe dilucidar un asunto público: otorgar un puesto de funcionario. Los litigantes, una viuda y un conde, deben refrendar sus méritos ante la ley. Al hacer pesquisas, descubre el enfrentamiento matrimonial entre dos jóvenes de distinta clase social (un conde y una tejedora); hijo del conde litigante. A resulta de las investigaciones, nos hallamos ante un enredo social muy importante en el que descubrimos que ni el conde era tal ni la tejedora tampoco. Debiéndose intercambiar los papeles sociales de ambos. El virrey, fruto de sus virtudes, sale victorioso de este lance que removerá hasta las entrañas de la misma justicia porque se haya corrupta. La trama se desenvuelve en dos acciones que se desarrollan en cinco actos, tal y como se exponen a continuación:
Acto Primero.- Transcurre en el Palacio del Virrey y está dividido en tres escenas. Sirve para presentarnos tanto a los personajes como a la trama de la comedia.
Es medio día. Mientras el Chambelán y el Canciller esperan al virrey para almorzar, comentan acerca de su persona. Éste, ha llegado a Nápoles, procedente de Sicilia, hace dos días y le precede una fama de hombre cabal y justiciero. Cuando llega el virrey, antes de sentarse a la mesa, comienza a despachar sobre un litigio que le han presentado una viuda y un conde a propósito de un puesto en la administración. Allí es informado que el conde tiene un hijo, Federico, al que ha comprometido en matrimonio con una joven de alta alcurnia. Aunque éste está enamorado de una joven, hija de un artesano, con el que ha tenido un hijo. En la última escena, Timoteo, un hidalgo de aldea, le quiere hacer partícipe de un gran secreto que compete, precisamente al conde litigante y al la hija del tejedor. Sin esperar a comer, se marcha a solucionar el problema.
Acto Segundo.- Está compuesto por seis escenas y transcurre, íntegramente, en casa del tejedor.
Es por la tarde noche, el tejedor Gerardo se halla en disposición de cerrar su negocio cuando entabla una discusión con su hija Ernestina, que espera amargamente que llegue su prometido Fernando, nombre falso de Federico, después de nueve días de ausencia. El anciano la convence para que lo olvide y rehaga su vida. El Duque llega a la casa y se informa de todo lo acontecido. A Gerardo le sorprende que sepa que su hija es adoptada y descubre que el niño que cuida Teresa es su nieto. Finaliza este acto con la presentación en escena de Federico, el prometido.
Acto Tercero.- Se compone de cinco escenas que se desarrollan en la casa del tejedor, al igual que en el acto anterior.
En él descubrimos el nerviosismo de Federico que se debate entre seguir los dictámenes de su corazón (la promesa realizada a Ernestina de casamiento) o el seguir los mandatos de su padre. El duque lo incita a cumplir con la palabra dada a su novia, y madre de su hijo. Llega, en la última escena, el conde de Belfor, y descubre los desmanes de su hijo. Le exige que se rija por el código de honor de un caballero y no se mezcle con gentes de baja estofa. El duque intercede por la muchacha y su familia pero sin decir quién es.
Acto Cuarto.- Es uno de los más largos. Lo componen siete escenas que se suceden, a la mañana siguiente, al despuntar el día, en el Tribunal del Crimen.
Mientras esperan la llegada del conde Astolfo, el duque y Timoteo presencian como el presidente del tribunal despacha los asuntos, actuando de forma aleatoria y favoreciendo al rico o al noble. Éste prepara un ardid, de tal manera, que Ernestina será condenada a ser reclutada en una casa de corrección debiendo entregar a su hijo en un hospicio de hijos naturales. El duque, los emplaza a que lo juzgue el virrey por negligencia.
Acto Quinto.- Transcurre, unas horas más tarde, en el Salón del Trono del Palacio Real. Está dividido en tres escenas.
Este acto, el del desenlace, descubre la auténtica identidad del duque y le vemos ejecutando la verdadera justicia. Demuestra que las confesiones de los testigos, presentados por el conde de Belfor, son falsas. Por ello, salen desterrados del reino y el juez, además, es destituido de sus cargos. En cuestión de segundos se confiesa la segunda trama: Ernestina es hija del Eneraldo, heredera de su fortuna y de su título. Asimismo, se condena a muerte al conde de Belfor porque mandó asesinar a la niña con objeto de heredar sus posesiones. Por petición de los novios, se le conmuta la pena de muerte por un destierro, de por vida, del reino de Nápoles.
PERSONAJES
Veintiuno son los personajes que conforman esta obra. Se presentan de forma bastante rápida y progresiva, principalmente en el primer y segundo actos. Por ello, carecen de estudios sicológicos. Son conocidos, desde su primera aparición en el escenario, sin que sufran cambios sustanciales en su manera de ser y de comportarse. El único que se salva de esta construcción es el protagonista, el duque. Hemos resuelto, a la sazón, analizarlo en un epígrafe posterior.
A parte del pueblo y de los criados, todos los demás efectúan el desarrollo de la trama. (Es explicable si tenemos en cuenta que ayudan a la creación de tres escenas espectaculares a lo largo de la misma: disputa de los jóvenes y el conde en casa del tejedor (Acto III, escena V); así como los dos juicios celebrados en los actos IV y V). Son muy importantes porque serán ellos, con sus acciones, con sus palabras y con los diálogos que mantienen, los que engrandezcan la figura del protagonista.
Aunque ya no estamos en el Siglo de Oro, se dibujan siguiendo los perfiles de los tipos que nos ofrece la poética áurea. Hallamos: la dama (Ernestina, hija del tejedor); el galán (Federico, hijo del Conde de Belfor); los criados (Baroco, criado del tejedor y Teresa Vecina de Gerardo y Ernestina, cuidadora del hijo de la anteriormente citada); el viejo (D. Timoteo, hidalgo de aldea 26, y Gerardo, artesano tejedor) y los poderosos (Virrey; El Canciller 27, El Chambelán 28, El Presidente del Crimen 29, El Conde Astolfo de Beldor).
Si los clasifico atendiendo a sus actos, puedo decir que aparecen repartidos en varios bandos: los que están a favor de la justicia (Federico, Gerardo, Ernestina, D. Timoteo, Teresa…) y los que se aprovechan de ella para justificar malas acciones (Astolfo, conde de Belfor, Presidente del Tribunal del Crimen, el caballero Héctor y la condesa, su mujer). Pertenecen a todas las extracciones sociales y podemos clasificarlos, en las siguientes categorías: realeza (virrey); nobleza laica (El Conde Astolfo de Beldor; Federico, su hijo; El Caballero Héctor; La Condesa; D. Timoteo); burguesía (Gerardo; Ernestina; Teresa; Un Niño, hijo de Ernestina y Federico); pueblo (Pueblo y Baroco, criado del Tejedor); notarios (El Canciller; El Chambelán y El Presidente del Crimen); funcionarios públicos (D. Sancho, asistente del virrey; Un Secretario; Dos Asesores y el ejército).
Por el contrario, si me fijo en su función podemos hablar de una jerarquización que viene determinada por el argumento. Así están: los protagonistas, individuos que desempeñan la misión de desarrollar la parte fundamental de la acción, (D. Pedro Trellez Girón, Duque de Osuna, virrey de Nápoles; Ernestina, Federico); los secundarios que tienen una menor intervención que los anteriores (Conde Astolfo; D. Timoteo; Gerardo; Canciller, Chambelán, Presidente del Crimen, un Niño…) ; y los que reciben una misión particular y luego desaparecen (El Caballero Héctor; La Condesa; Teresa; Baroco, criado del tejedor; Un Capitán; Soldados …)
Esta amalgama de personajes encarna el difícil entramado social que contaba la España del siglo XVII, tan bien reflejado en la comedia.
UN HÉROE DE COMEDIAS LLAMADO PEDRO TÉLLEZ
Pero el personaje digno de analizarse en profundidad es el del Virrey de Nápoles, D. Pedro. Al comienzo de la primera escena, del primer acto, el Canciller lee una carta, de la que no se declara la autoría, que describe al virrey como: “un genio singular” que “hace dichosa la sociedad” cuando “comparece sobre la escena del mundo”. Es una persona excepcional porque: “Su espíritu es grande y emprendedor”; “su traje descuidado pero limpio”; “su actitud incansable”. “Lo repara todo” porque “posee una prudencia consumada” que le ha “hecho célebre por sus rasgos y sentencias”, de tal manera que el vulgo le llama “Padre del pueblo” y “azote de los malvados” (Acto I, Esc. 1, p.1).
A partir de esta definición que hacen los otros, el autor de la comedia va a demostrar, con las acciones, las palabras y los pensamientos del propio duque, que realmente se han quedado parcos al describirlo. Pasamos a analizarlas:
Las acciones.- A través de ellas dilucido que es un hombre sencillo que camina por la ciudad escondido tras un embozo y vestido de gentil hombre (Acto I, Esc. 1, p.2) por ello reprende a Sancho, su asistente personal, por ir vestido artificiosamente (Acto I, Esc. 2, p.2). No quiere la falsa obediencia ni la hipocresía, prohibiendo al Canciller y al Chambelán que le hagan ceremonias de respeto inocuas (Acto I, Esc. 2, p.2). Es un hombre de costumbres, come al mediodía y no quiere apartarse del “uso antiguo” (Acto I, Esc. 2, p. 2). No desperdicia el tiempo y, mientras espera le sirvan el almuerzo, aprovecha para despachar un memorial (Acto I, Esc. 2, p. 2). Quiere que sus súbditos le traten sin excentricidades de protocolo, sino con humanidad. Es por eso por lo que permite que Timoteo, un hidalgo de aldea, se siente junto a él y su cubra la cabeza (Acto I, Esc. 3, p. 4).
Las palabras.- El virrey se autodefine así: “Esto es lo que más me lisonjea: ver, registrar, descubrir, ocultar y remediar todo lo posible es toda mi política y mi más grande ocupación” (Acto 4, Esc. 3, p. 18). Tiene claro que una de las características de su misión es la de gobernar con uso de razón y teniendo claro que sólo ante Dios y el rey tiene que plegarse: “Yo no doy razón de mi persona sino a mis superiores” (Acto 4, Esc. 6, p. 20). Por ello, no se doblegará a la hora de administrar la justicia, de tal manera que él hará que “los malvados de todo el reino han de temblar de solo oír el nombre del duque de Osuna” (Acto I, Esc. 3, p. 6). Admira que las personas sean: “bondadosas, amigas de sus semejantes, que nos hacen recordarles la inocencia del fabuloso Siglo de Oro” que “llevan en su rostro impreso el sello del candor y la probidad” (Acto I, Esc. 3, p. 4). Es, al fin, un hombre profundamente creyente que se ampara en la justicia divina: “¡Cómo el destino reúne a los opresores y oprimidos para que triunfe la justicia!” (Acto I, Esc. 3, p. 5).
Los pensamientos.- He entresacado del texto un ramillete de sentencias o frases lapidarias que transcribo a continuación con objeto de indagar en la fuerte personalidad del duque.
– “Dejémonos de ceremonias, que molestan al que las hace y atormentan al que las recibe” porque “el respeto está en el corazón, y en las acciones, y no en vanas exterioridades” (Acto I, Esc. 2, p. 2)
– “La soberbia es inseparable compañera de la ignorancia” – Considera que el amor es una ‘enfermedad’ de juventud, “!Qué raro es el joven que se libra de esa enfermedad!” (Acto I, Esc. 2, p. 2)
– “La honestidad siempre muere a manos de la ocasión” (Acto I, Esc. 2, p. 3) – Está antes el deber que el placer: “El dar audiencia a los súbditos es obligación del que manda” (Acto I, Esc. 3, p. 4)
– “Las alabanzas de nuestros semejantes son premio de nuestra buena conducta y poderoso estímulo para que sigamos el camino de la virtud” (Acto II, Esc. 3, p.8) “Los puestos no se han de conferir sino a los que tienen aptitud, y deseo de desempeñarlos” (Acto V, Esc. 1, p. 20)
Por todos ellos se deduce que D. Pedro era un perfecto cortesano. Esto es, tenía buenas maneras; poseía virtudes éticas como la moderación, la templanza, la modestia, el autodominio y la audacia disciplinada. El sentido del equilibrio presidía todas sus acciones y sus gestos. La naturalidad, la huida de toda forma de afectación era otra de las virtudes que lo jalonaban. Además era de sangre noble y de limpio linaje.
Pero realmente, no era esto lo que se perseguía, había que demostrar que era algo más, era el representante directo de la corona española, la mano derecha del rey, su hombre de confianza, y como tal debía comportarse. Ser virrey, consistía en ser un hombre de honor, que ejerciera la soberanía por delegación de Dios, con rectitud y objetividad. En este caso, serán los otros personajes de la obra los que nos ayudarán a destapar que el señor virrey lo sea por derecho propio ya que lo amparaban todas sus virtudes.
Frente al concepto del ‘honor’ que tenía la nobleza española en el siglo XVI:
(Habla Astolfo, conde de Beldor) “La primera obligación es obedecer a tu padre, y el principal honor no degradarte en el trato con gente vulgar y de ninguna consideración” (Acto III, Esc. 5, p. 15).
El virrey difiere. Es mucho más profundo, más espiritual, más trascendente: “El hombre honrado nunca se encumbra, y nunca miente el que blasona de caballero” (Acto III, Esc. 2, p. 12). De este modo,
[El honor] “es el único, el más seguro y fiel consejero con quien debéis consultar”. “¡Ay de un error juvenil mal enmendado porque lleva consigo las consecuencias más fatales, que sólo se sienten cuando ya es demasiado tarde para remediarlas” (Acto III, Esc. 2, p. 13).
La columna vertebral de su mandato es aplicar la justicia, pero, la divina:
“Ante la justicia del Soberano, de vos a todos estos caballeros, no hay más diferencia que la del vestido” (Acto V, Esc. 3, p. 21).
Es, por tanto, objetiva:
“La justicia es un sol purísimo, que reparte sus rayos igualmente al grande, y al pequeño y si alguna vez parece que se ofuscan sus luces, no es culpa de tan santísima virtud, sino del que la administra” (Acto V, Esc. 3, p. 21).
Y, por supuesto, recta:
“¡Ay de los pueblos sujetos a un Tribunal donde se abrigue al dolo y se escuchen sólo los ecos del poderoso” (Acto V, Esc. 3, p. 22). Yo cuidaré de poner la administración de justicia en manos de los hombres muy ilustrados, que no se dejarán engañar tan fácilmente” (Acto V, Esc. 3, p. 22).
Al administrar esta justicia soberana con prudencia,
“nunca son buenas las resoluciones dictadas por la cólera” (Acto II, Esc. 5, p. 11),
los súbditos se sienten amparados por ella:
Afirma Gerardo, el tejedor: “Mañana acudiré al defensor de las leyes, al que representa a nuestro augusto soberano. El virrey es justo y tendrá la bondad de oírme” (Acto II, Esc. 5, p. 10).
De nuevo, D. Pedro, demuestra que es un buen virrey porque cumple con las cuatro misiones que le encomendó el rey de la corona española: poner de acuerdo a las personas, juzgar de forma justa y objetiva, castigar a los soberbios, injustos y malhechores y amparar la creencia en Jesucristo.
Concluyo este estudio sobre el personaje del duque, afirmando que es un personaje complejo, y haciendo mías las palabras del profesor Cañas Murillo:
“Su actuación se adecúa perfectamente al código de la monarquía teocéntrica […] Su poder viene de Dios, quien se lo entrega para que lo ejerzan correctamente. Su acción es similar a la del Creador. Dejan actuar. Pero al final intervienen e imparten premios y castigos. Con ello logran restablecer el orden social, reflejo del orden y la armonía del universo” 30.
4.- CONCLUSIONES
Si quiero responder a la pregunta que me ocupa desde el comienzo de este artículo: “¿Qué juicio podemos tomar de tan raro sujeto?”, he de irme al Medievo, en concreto, al Segundo Libro de las Siete Partidas, de Alfonso X el Sabio, que versa sobre “los emperadores, reyes e otros cuales señores de la tierra”, donde delimita las excelsas prerrogativas del emperador y expone los derechos y deberes de los gobernantes. En él se define el poder político como una manifestación de la soberanía que procede de Dios como creador, señor y dueño del universo. El rey medieval es soberano, es decir, ejerce la soberanía o poder por delegación de Dios, teniendo que poseer unas características propias: debe ser, ante todo, justiciero 31, pues la justicia procede de Dios en último término, debe ejercer con rectitud y objetividad. Las cuatro misiones que se le asignaron son 32: “Quitar el desacuerdo de entre las gentes y juntarlas en uno”; “Hacer fueros y leyes por las que se juzguen derechamente las gentes de su señorío”; “Quebrantar a los soberbios y los injustos y a los malhechores que por su maldad o por su poder se atreven a hacer mal o injusticia a los menores”; “Amparar la fe de nuestro señor Jesucristo y quebrantar los enemigos de ella”.
Estos principios medievales fueron redelineados, en 1513, por Maquiavelo, al escribir su gran obra, El Príncipe. Un conjunto de matices vendrían a definir, de forma más contundente aún, la figura del rey o del mandatario principal. Entre ellos, expondremos los siguientes: Ser desconfiado, o mejor dicho, no fiarse de nadie. Es decir, debe tener un buen ojo para elegir a sus amistades porque tiene que ser ecuánime y no dejarse influenciar; Debe ser digno de ser un ejemplo a seguir y darse a respetar; Debe evitar ser odiado por su pueblo, en caso de que no se gane su amor; Debe imitar a los grandes hombres; Debe preocuparse por el arte de la guerra y actuar cuando dos estados vecinos entran en guerra para no temer al vencedor y subyugarse a él. Además, hay ciertas cualidades que el Príncipe debe poseer: “parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto y serlo”.
Si sintetizo los caracteres propuestos por los autores anteriormente citados, me encuentro ante el ideario medieval y renacentista que ha sustentado a la realeza, a lo largo de los siglos, para pervivir hasta bien entrado el siglo XVIII, en donde se produce el cambio del Antiguo al Nuevo Régimen.
Junto a esta doctrina soberanista, he de pararme a analizar una figura política muy común en los Siglos de Oro: el virrey. En el organigrama del poder establecido, surge para paliar la ausencia del monarca en todos los territorios que conformaban lo que se dio en llamar ‘las Españas’. De esta manera, era el responsable de administrar y gobernar un país o una provincia en representación de la corona española. Esta figura tuvo especial importancia en la a partir de los Reyes Católicos y su nieto Carlos V, por la enorme acumulación de territorios que, por su dispersión y la imposibilidad de comunicaciones rápidas, no podía gestionarse de forma centralizada. El centro vital de la monarquía se encontraba en Castilla y, desde allí, por mediación de los virreyes, llegaba a todos los territorios el mandato de la corona española. Estos virreinatos se encontraban repartidos por Europa y por América. Dos de los más renombrados fueron los de Sicilia 33 y Nápoles 34.
Pues bien, estos parámetros de cualidades, principios y misiones son las que jalonan la personalidad de D. Pedro Téllez-Girón, Duque de Osuna y Virrey de Nápoles. Con esta comedia se satisface la curiosidad admirativa del pueblo por una figura notable, de índole novelesca, que con su buen hacer conmueve la conciencia de la comunidad. El sentido de lo ‘humano’ irradia toda la obra puesto que los hechos, que definen al protagonista, son exquisitos dentro de la escala de las fuerzas humanas. En los momentos de mayor ardor actúa de forma enérgica pero con un espíritu equilibrado y sereno.
Una vez más la literatura ha servido de puente entre varios siglos de tradición jurídica y humanista. D. Pedro, es rescatado de los áridos libros de historia para cabalgar de nuevo en su patria, con los valores intrínsecamente españoles, varios siglos después de su muerte. Valga este artículo para no perder la memoria de tan insigne andaluz.